La cofradía tenía dos imágenes titulares con las que salía en procesión en la Semana Santa y en festividades religiosas y civiles, pues pertenecía al gremio de los Hortelanos y Labradores, representaban al Nazareno y otra a San José.
El origen de la cofradía se remonta a la época del renacimiento (siglo XVI), aunque la imagen actual ya pertenece a la primera mitad del siglo XVII. Su devoción fue intensa en toda España, de manera que el Nazareno, representando a Jesús, como natural de la ciudad de Nazaret, vestido con túnica morada y portando la Cruz (llevándola a cuestas) en la que va a ser crucificado poco después en el monte Gólgota.
Se trata de una escultura o imagen de vestir, lo que quiere decir que solo tiene labradas la cabeza y las manos y su característica fundamental es que va corona do con las espinas, taciturno, y vestido con la túnica de terciopelo morada/azul oscuro de tela real, con bordados de oro en las bocamangas y bordes del cuello y ajustes frontales del cuerpo. Es pieza de interés, aunque no una obra maestra pero atractiva dentro de la imaginería de la época.
La cabeza está orientada hacia el frente, mirando al horizonte bajo, pensativo y con ojos saltones y doloridos. Los cabellos de la testa y de la barba son similares a los tallados en la escuela castellana con amplios rizos, de volumen marcado en guedejas señaladas y bien visibles, como si estuvieran mojadas por el sudor. Es policromada con las encarnaciones bien trabajadas y en las que se representan en relieve gotas de sangre corriendo por la frente, por la cara y por el cuello como resultado de las heridas producidas por las espinas de la corona. Esta, también denominada rodapelo, se ajusta al contorno de la cabeza recordando que a Cristo se le colocó como Rey de los judíos.
La cofradía tenía dos imágenes titulares con las que salía en procesión en la Semana Santa y en festividades religiosas y civiles, pues pertenecía al gremio de los Hortelanos y Labradores, representaban al Nazareno y otra a San José.
El origen de la cofradía se remonta a la época del renacimiento (siglo XVI), aunque la imagen actual ya pertenece a la primera mitad del siglo XVII. Su devoción fue intensa en toda España, de manera que el Nazareno, representando a Jesús, como natural de la ciudad de Nazaret, vestido con túnica morada y portando la Cruz (llevándola a cuestas) en la que va a ser crucificado poco después en el monte Gólgota.
Se trata de una escultura o imagen de vestir, lo que quiere decir que solo tiene labradas la cabeza y las manos y su característica fundamental es que va corona do con las espinas, taciturno, y vestido con la túnica de terciopelo morada/azul oscuro de tela real, con bordados de oro en las bocamangas y bordes del cuello y ajustes frontales del cuerpo. Es pieza de interés, aunque no una obra maestra pero atractiva dentro de la imaginería de la época.
La cabeza está orientada hacia el frente, mirando al horizonte bajo, pensativo y con ojos saltones y doloridos. Los cabellos de la testa y de la barba son similares a los tallados en la escuela castellana con amplios rizos, de volumen marcado en guedejas señaladas y bien visibles, como si estuvieran mojadas por el sudor. Es policromada con las encarnaciones bien trabajadas y en las que se representan en relieve gotas de sangre corriendo por la frente, por la cara y por el cuello como resultado de las heridas producidas por las espinas de la corona. Esta, también denominada rodapelo, se ajusta al contorno de la cabeza recordando que a Cristo se le colocó como Rey de los judíos.
Este paso concretamente era llevado por el gremio de los carpinteros, la razón es por el sayón del conjunto conocido popularmente como “El Majito Barreno”, que está representado con una barrena, elemento que hace alusión al oficio de los carpinteros. Actualmente, este paso es uno de los que despierta mayor interés entre hombres y mujeres que voluntariamente se prestan a llevar el paso.
Este paso procesional representa una de las escenas de la Pasión de Cristo “Jesús en el Gólgota”, escena narrada en un pasaje del Evangelio de Nicodemo.
El paso representa los preparativos previos a la Crucifixión de Cristo y sigue el modelo iconográfico del primitivo paso de “El Despojo” de la Cofradía de Jesús Nazareno de Valladolid de principios del siglo XVII, el cual no se conserva, pero al igual que otros muchos pasos vallisoletanos, sirvió como modelo para numerosas copias que se hicieron en Castilla.
La escena se compone actualmente de tres figuras, la imagen de Jesús y dos sayones. Las figuras están colocadas formando una escena completa para crear esa teatralidad tan característica del barroco. La composición, está pensada para que el paso pueda ser contemplado en la calle desde distintos puntos de vista, por eso la asimetría del conjunto. La imagen principal es la de Jesús, que aparece representado desnudo cubierto solamente por el paño de pureza, de pie, ligeramente flexionado hacia adelante, la cabeza levemente inclinada hacia la derecha y los brazos extendidos hacia adelante como si justo le acabaran de arrancar la túnica. La pierna derecha está adelantada y ligeramente flexionada al igual que la izquierda. La composición de la figura da sensación de movimiento, una de las características del barroco. La talla, de buena calidad, muestra la anatomía de Jesús, los músculos y las venas ondulan la superficie proporcionando a la imagen ese naturalismo que se buscaba representar en el barroco. Con respecto a la policromía, con la encarnación se ha conseguido el color de la piel y reflejar los padecimientos que sufrió Jesús mediante la sangre y las heridas que son visibles por todo el cuerpo, sobre todo en la zona de los codos y de las rodillas, dando a la imagen ese dramatismo y realismo tan característico del barroco y de la Escuela Castellana, que se ve acentuado mediante la expresión del rostro que refleja el sufrimiento de Jesús. Mirada hacia arriba, boca entreabierta, pómulos ligeramente marcados y manchas de sangre sobre su rostro consecuencia de las heridas causadas por la corona de espinas .En la imagen, se puede apreciar la influencia que tuvo Gregorio Fernández en los escultores de finales de siglo: los cabellos están tallados formando mechones que dan la sensación como si estuvieran húmedos, en el lado izquierdo el cabello aparece retirado de la cara mostrando una oreja y la barba ondulada se abre en dos puntas. Para acentuar el naturalismo de la imagen, se han empleado elementos postizos como los ojos, hechos con pasta vítrea y los dientes.
El paño de pureza, anudado al lado derecho, está compuesto por pliegues muy quebrados y angulosos que generan un claroscuro muy característico del barroco.
Este paño anguloso que da sensación de pesadez, es el que consigue pausar el movimiento de la figura generando un ritmo calmado y naturalista propio del siglo XVII.
Desde el año 1995, lleva una corona de espinas postiza, anteriormente llevaba una corona tallada en madera con forma de rueda ceñida a la cabeza, de ahí que al paso procesional se le conozca también popularmente con el nombre de “El Rodapelo”. La imagen representa a Jesús en el momento en que ya ha sido despojado de las vestiduras y espera el momento de su crucifixión mientras que uno de los sayones le sujeta mediante la soga que lleva al cuello. En otros pasos procesionales en los que también se representa este tema iconográfico, el Cristo también recibe el nombre de “El Redopelo” haciendo alusión al violento tirón con el que fue despojado Jesús de sus vestiduras. Está colocado sobre una peana al tratarse de una imagen sagrada. Cuando finalizaban las procesiones de Semana Santa los pasos solían ser desmontados y las imágenes sagradas solían ser colocadas en algún altar para rendirles culto aunque se desconoce si este también era el caso. Se puede apreciar una mayor calidad en la ejecución y en el acabado para resaltar ese carácter sagrado y diferenciarlo de las otras dos tallas que componen el paso.
En la parte delantera del paso a la derecha de Jesús está representado el sayón conocido popularmente con el nombre de “El Majito Barreno”. Está agachado, con la rodilla izquierda apoyada en el suelo y con una barrena en la mano derecha, representando el momento en el que se dispone a hacer los agujeros en la cruz donde va a ser crucificado Jesús. La cruz arbórea es de época posterior y sustituye a una anterior que había más sencilla. Está colocada en el suelo, entre los dos sayones ligeramente elevada por dos tacos en los que se apoyan los brazos. El sayón está representado con tez oscura, pelo negro, ojos claros nariz prominente y sin barba. Aparece vestido con indumentaria militar característica del siglo XVII: capacete español de color gris con arista longitudinal formando una cresta en la parte superior de color dorado al igual que el elemento decorativo de la parte derecha del casco, botas altas negras con solapa marrón también talladas y vestido con tabardo y calzón realizados en tela. Aunque los rasgos físicos son más suaves que los del otro sayón que compone la imagen, en el rostro se refleja la maldad con esa pequeña sonrisa burlesca. Aunque este personaje era de los más populares en la escultura castellana no era algo novedoso, ya había aparecido representado anteriormente en pinturas y grabados que sirvieron de inspiración a los imagineros castellanos, como el grabado de la Crucifixión de Durero o “El Expolio “ de El Greco.
El otro sayón se encuentra situado en la parte delantera a la izquierda de Jesús. Aparece de pie, en frente del “Majito Barreno”, con la cabeza inclinada hacia su derecha donde está Jesús, pero ligeramente girada hacia la izquierda con mirada desafiante. Brazos ligeramente flexionados, pierna izquierda adelantada y pierna derecha atrás con la rodilla un poco flexionada. En la mano derecha lleva una especie de porra y sobre el otro brazo la soga con la que le sujeta a Jesús. Este tipo de elementos son frecuentes y característicos en la representación de este tipo de personajes. Este sayón, presenta rasgos judaicos más característicos y similares a los sayones de otros pasos procesionales de la escuela castellana: pelo negro ondulado, tez morena, nariz corva y barba. Al igual que el otro sayón aparece representado con rasgos muy marcados y exagerados para reflejar esa maldad hacia Jesús que querían representar los imagineros. La fealdad en aquella época estaba ligada a la maldad, de ahí la rudeza de los rostros. También aparece vestido con la indumentaria propia del siglo XVII, en este caso con zapatos negros y medias calzas talladas hasta las rodillas de color naranja, no ajustadas a la pierna que muestran el reverso en color gris y que eran muy características de la gente de campo del siglo XVII. Al igual que el otro sayón también viste tabardo y calzón realizado en tela. El empleo del elemento postizo de las telas en los dos sayones acentúa el naturalismo que se buscaba representar en el barroco y disimula las partes de la madera no talladas. La razón por la que aparecen representados con la indumentaria de la época y no con la de los tiempos de Cristo, es porque lo que se pretendía con estos pasos siguiendo con los postulados que marcaba la Contrarreforma, era adoctrinar a las gentes del pueblo, y esta era una forma de Semana Santa de Sahagún. Patrimonio Cofrade hacer más comprensibles las escenas. Esta vestimenta, también marcaba la diferencia con respecto a las imágenes sagradas, que en este caso aparece como ya he explicado anteriormente con el paño de pureza.
Los trajes de los sayones a lo largo de los años han sido renovados en varias ocasiones variando los colores. La última renovación de la vestimenta fue en el año 2014 y fue confeccionada por hermanas de la cofradía. El majito está vestido con un tabardo de rayas de diversas tonalidades rojizas y calzones de terciopelo en color rojo al igual que cuellos hombreras y puños del tabardo con detalles en pasamanería de color dorado igual que los botones de las mangas. El otro sayón, tabardo a rayas en tonos amarillos y marrones, calzones de terciopelo en color marrón al igual que el cuello, puños y cinturón con detalles en pasamanería dorados igual que los botones. Esta vestimenta que sustituyó a las telas anteriores, lisas y de colores más sobrios da a la obra un mayor colorido y vistosidad. Aunque se desconoce por falta de documentos, pudiera ser que el paso estuviera compuesto por algún sayón más, puesto que Jesús aparece representado justo en el momento en el que ha sido despojado de sus vestiduras y no hay ningún sayón representando esta acción.
Con respecto a las restauraciones, se han realizado a lo largo del tiempo intervenciones no documentadas como repintes y añadidos. En 1995 el paso fue restaurado por el Taller vallisoletano de Mariano Nieto y la restauración fue pagada íntegramente por Doña Teresa Baíllo. El paso se encontraba bastante deteriorado, la madera estaba degradada por el ataque de xilófagos y por los daños sufridos a causa de los hierros y clavos de intervenciones anteriores a esta restauración. Se procedió a la limpieza de las tallas eliminando los barnices y repintes que cubrían el original y las intervenciones posteriores. Se hizo una desinsectación total y se consolidó la policromía original descubierta y la madera que había sido atacada. Las zonas escultóricas desaparecidas fueron reintegradas como el brazo izquierdo de “El Majito Barreno”, una parte de la zona izquierda del paño de pureza de Jesús, y parte de los dedos de la mano izquierda, empleando para ello la misma madera que el original. También se realizó una reintegración de la policromía que estaba perdida o dañada. El proceso de restauración finalizó con una protección final que se le dio a toda la obra.
Las andas del paso fueron restauradas durante los años 92 y 93 por el taller de carpintería de la Escuela Taller de Sahagún. Realizadas también en madera se caracterizan por su sencillez y funcionalidad, constan de dos listones horizontales y paralelos que sobresalen en la parte delantera y trasera. En cuanto a la decoración, el perímetro del tablero presenta una decoración de formas curvas y en la parte delantera y trasera se repite el mismo esquema decorativo: motivo de tipo floral en el centro y a cada lado una flor.
El paso sale en la procesión del Viernes Santo por la mañana, llamada de Los Pasos, actualmente lo portean los jóvenes de la villa que en ese año cumplen la mayoría de edad. La obra no muestra una gran calidad artística, sin embargo, debemos reconocer el esmero en imprimir a los gestos cierto dramatismo a través de la boca entreabierta, y la torsión del cuello, si bien es con las manos con la que más expresividad se consigue; la Virgen, con ellas abiertas, nos transmite su sentimiento de dolor, al igual que sus acompañantes que con los brazos extendidos y la tensión con la que se representan los dedos ayudan a dar coherencia a la escena. La composición conseguida es cerrada, a la disposición de los cuerpos en torno a la cruz y la postura de los brazos, moderadamente elevados, se suma la inclinación hacia el centro de las tres imágenes, ayudando a dirigir la atención del espectador en sentido ascendente hacia la cruz, que sobresale de entre el con junto, creando un efecto en forma de espiral, muy acorde con la escenografía de época barroca.
El tradicional título del paso, Las Tres Marías, hace referencia a una iconografía tan tradicional como problemática, pues la difícil precisión en los evangelios respecto a la presencia de múltiples mujeres de nombre María, acompañando a la Virgen en los últimos momentos de Jesús, aquí resulta aún menos explicable desde el momento en que se identifica a uno de los personajes con un varón. Es entonces cuando debemos redirigir el origen de esta iconografía hacia la primitiva representación de Calvarios o de la Deesis románica medieval, que a través del tiempo llega a la época barroca con su exuberancia característica, transforman do la composición frontal propia del medievo con formas más complicadas y enriqueciendo el relato con otros personajes. En el paso de Sahagún debemos pensar que las tres imágenes corresponden a María, madre de Jesús, acompañada por a San Juan Evangelista, el discípulo amado de Jesús, dada la identificación de uno de las imágenes con un varón, joven a juzgar por un exiguo bigote casi inapreciable, a quien Jesús, desde la cruz, encomienda el cuidado de su madre y por María Magdalena dado su creciente protagonismo con el paso del tiempo en la representación cristológica y pasional.
La obra fue restaurada en el año 2013 por la empresa Pátina. Restauración escultórica. La intervención consistió, como suele ser preceptivo en estos casos, en el tratamiento de las patologías producidas por insectos xilófagos propias de estas obras, deterioros estructurales a causa de su función procesional y deterioros cromáticos, estos últimos tratados mediante reintegración con regatino. Además, en el caso de San Juan también se restauró un ojo que estaba casi perdido, en este caso se hizo una reconstrucción con una técnica distinta del original y totalmente reversible y que consiste en una policromía imitativa del ojo recubierta de una capa vítrea. Con dicha intervención también saldrían a la luz detalles que, si bien no enriquecen la calidad artística de la obra, si aportan datos curiosos sobre la propia historia de una imagen con tanto apego en el imaginario popular facundino como es el caso de este paso. Una de los aspectos más curiosos descubiertos a lo largo de la restauración, al que ya hemos hecho referencia, tuvo lugar concretamente durante lo que fueron las labores de limpieza, cuando se descubrió que una de las llamadas Marías lucía un exiguo bigote por lo que en realidad se correspondía con la imagen de un hombre joven, lo que llevaba a identificarlo con San Juan, dato que concuerda muy bien con la interpretación iconográfica de la escena.
Pero lo más significativo fue el poder deducir que estamos ante una escena escultórica compuesta a partir de imágenes reaprovechadas de otras obras. Dos de ellas, el San Juan y la figura que corresponde a la mujer que acompaña a la Virgen, son bastante similares, tal vez procedentes de un mismo trabajo. No se sabe si pudieron haber formado parte de otro paso, pero cabe advertir que la imagen femenina no parece haber sido realizada en un principio para procesionar, pues no tenía la parte trasera de la cabeza y el cuello tallados, lo que indica que, en principio, se hizo para ser observada desde una única posición frontal. A esto podemos añadir que la imagen de la Virgen María tiene una ejecución distinta, además parece que en su origen correspondía a la figura de un hombre y que habría sido adaptada posteriormente para servir de Virgen. Efectivamente, despojada de su vestido, se puede apreciar cómo, a diferencia de las otras dos que tienen el cabello tallado, esta figura tiene el pelo pintado haciéndose más fácil la identificación de la imagen con el aspecto de un varón.
Es lógico que un encargo de este tipo carezca de cualquier tipo de documentación, por lo que establecer una cronología resulta difícil, dadas las características de este tipo de arte tan popular, creado para una función sin claras aspiraciones estéticas y artísticas, a lo que se suma la diferencia de fecha entre la composición final y la talla de las figuras. Podríamos pensar que el paso fue compuesto para satisfacer una necesidad funcional surgida en un momento concreto y en relación a la procesión en la que tenía intención de participar. Actualmente este paso es porteado por los jóvenes de la localidad. Hoy en día, desde la abolición de la llamada mili, corre a cargo de aquellos que cumplen la mayoría de edad dentro del año, anteriormente correspondía a los mozos que acababan de ser tallados para incorporarse al servicio militar o quintos, pero al parecer a esto se llegó continuando una costumbre que ya se practicaba en 1767, en tiempos de Carlos III, haciéndose cargo del paso los miembros del destacamento de milicia provincial de la localidad. Esta imagen procesional es la única que participa el Viernes Santo por la mañana de la que no se hacía cargo un gremio, como sí sucede con las demás imágenes, por lo que tal vez surgió la necesidad de integrar este paso para ser llevado específicamente por miembros de la milicia y para ello se tuviese que improvisar una imagen iconográficamente coherente con el conjunto de pasos ya existente, pero que permitiese incluir la participación de este colectivo militar.
Incluso podríamos pensar que, dada la escasa calidad artística y el reaprovechamiento de unas tallas tan poco destacables, pudo tratarse de un encargo a algún taller local menor, contrastando con los otros pasos del viernes por la mañana, que sin duda conforman un conjunto muy ligado a los talleres vallisoletanos y riosecanos.
La figura ecuestre es lo más notable de todo, de gran calidad estética y muy bien labrada, con un animal estudiado razonablemente en sus medidas y actitud, de consumado peso, volviendo ligeramente la cabeza su izquierda, hacia el público que ve pasar la representación, recurso que hace que entre en la figuración teatral, y las figuras bien trabajadas. Agradable el Longinos, con sus ojos vacíos pero abiertos hacia el rostro del Señor. Con su brazo izquierdo doblándose sobre su pecho. Con barba y con tocado que cubre su cabeza. La imagen de Cristo Crucificado ya muerto con la cabeza sobre su pecho, mostrándose así después del último suspiro. La sangre saliendo a borbotones de su costado recién herido por la lanza rematadora. La imagen del sayón con el brazo izquierdo caído sobre su costado correspondiente, el derecho también volviéndose sobre el pecho como mostrando remordimiento al señalar su corazón. La cabeza elevada con el mentón desafiante y mirando fijamente a la imagen del Salvador.
Estas dos imágenes llevan ropas con plegados típicos barrocos, abultados, mostrando calidades diversas de las telas, con los habituales redondeos, la dureza y los quebrados de la escuela castellana. El jinete con capa sobre un hombro. El sayón cubierto con gorro y con los bombachos típicos de la moda de la Edad Moderna en España. De iguales valores los pliegues del paño de pureza, del Crucificado, en el que destacan un poco la desproporción de las costillas y el tórax, así como la cabeza un tanto grande para la totalidad del cuerpo.
Interesa mucho destacar el valor y calidad de la policromía, tanto en las encarnaciones pulidas y brillantes del alanceado como las ropas y sus diversos coloridos de las dos figuras restantes, que señalan muy bien los elementos diferentes de la vestimenta, o los matices marrones del caballo.
Se trata de un conjunto realizado entero a finales del siglo XVII y el P. Albano aventura una posible relación con los talleres de los Sierra, de la citada población vallisoletana de Medina de Rioseco, que durante tres siglos fue un lugar de gran ebullición y calidad de la escultura tanto de la imaginería como de la retablística, con maestros de fuerte prestigio en toda la región, y que inspiró sus modelos en los prototipos creados por Gregorio Fernández para la procesión vallisoletana, como el mismo paso que tuvo de Longinos, hoy desaparecido. De aquí también la importancia del modelo conservado en Sahagún, como referencia para los que marcaron el origen de la Semana Santa barroca en el norte de la península.
El paso fue restaurado durante los años de 1992/1993 por Mariano Nieto, restaurador vallisoletano, en su taller castellano, autor de otras labores de conservación en otros pasos y en el retablo renacentista/barroco de la Capilla de Jesús, éste con apoyo personal económico del presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, que acudió a su salvación gracias a las solicitudes que realizamos personalmente Manuel Fuentes, miembro de su gabinete de gobierno, y yo mismo, cuando trabajaba como profesor en la universidad de Valladolid. Este paso, con el de la Urna, es el más difícil de portar, según prueba personal que he realizado en varias Semanas Santas, por lo que goza de un gran prestigio entre los hermanos para procesionarles en la mañana del Viernes Santo, con sus distintos movimientos y bailes y con la subida difícil por las calles empinadas de la villa y ciudad de Sahagún (especialmente por las calles de la plaza de Santiago).
En la Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid se conserva el paso procesional del Descendimiento que fue esculpido por el escultor gallego Gregorio Fernández en 1623-1624, cuando la teatralidad barroca sublimaba la profunda devoción popular. Se compone de siete figuras de madera policromada.
Representa el desenclavo de Cristo, cuyo cuerpo inerte comienza a descender, sostenido por José de Arimatea y Nicodemo. Ante la cruz se sitúan María Magdalena, con una mano en el pecho, y San Juan Evangelista, que avanza alzando los brazos: acompañan entristecidos a la Virgen María, que mira a su Hijo con gesto de profundo dolor. Un sayón vestido a la moda militar del siglo XVII se aproxima por detrás de la cruz con un martillo, para desenclavar los pies de Cristo.
Desfiló este soberbio paso por primera vez en 1625 en la procesión del “Jueves de la Cena” y tal era su peso que en 1741 aplastó a un costalero, ganándose el apodo de “el reventón”. La imagen de la Virgen María fue sustituida en 1757 por una copia tallada por Pedro León Sedano, colocándose la original en el retablo mayor de la iglesia de la Vera Cruz. Sale en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor de la tarde del Viernes Santo, sobre una carroza de ruedas realizada en 2002 que empujan desde su interior catorce cofrades, debido al gran peso del conjunto (3,5 toneladas). Es el paso titular de Cofradía El Descendimiento y Santo Cristo de la Buena Muerte de Valladolid, con sede en la parroquia de san Miguel y San Julián, pero desde su origen es propiedad de la Cofradía de la Vera Cruz.
El éxito logrado por el paso vallisoletano se reflejó en copias que con mayor o menor fortuna imitaban el original. Tal es el caso del Paso del Descendimiento que fue realizado en 1663 por el escultor Francisco Díez de Tudanca, vecino de Valladolid, para la Cofradía de la Quinta Angustia y Soledad de Nuestra Señora de Medina de Rioseco. En el contrato de obra se especificó que dicho paso se hiciese “a imitación del que tiene la Cofradía de la Santa Vera Cruz” de Valladolid, “que hizo Gregorio Fernández”. Salieron como fiadores de Tudanca su suegro Francisco Ezquerra y los estofadores y doradores Pedro Mondragón y Lucas de Ávila. Manuel Ordóñez restauró en 1694 los brazos de San Juan; Tomás de Sierra restauró en 1697 la imagen de la Virgen y le añadió un ojo de cristal; su hijo Francisco de Sierra arregló en 1725 los dedos de las esculturas y en 1768 los escultores Tomás Riesgo y Manuel Benavente retocaron esculturas y policromías.
Puso colofón a este historial el escultor vallisoletano Mariano Nieto Pérez, quien en 1970 restauró el grupo escultórico y en 1985 le añadió la nueva imagen de la Virgen María, pues la original se había perdido a fines del siglo XVIII. Para hacerla se inspiró en la original vallisoletana de Gregorio Fernández, a la que nos referimos anteriormente. En 2003 Natalia Martínez de Pisón restauró el Crucificado y Mariano Nieto retocó su imagen de la Virgen María.
El Paso del Descendimiento de Sahagún es de menor calidad artística, pero compone con los antes citados un conjunto único en la estatuaria procesional castellano leonesa. Si el de Rioseco se inspira abiertamente en el vallisoletano de Gregorio Fernández, en el de Sahagún se observan algunas diferencias. Cristo, con paño de pureza de angulosos pliegues de madera, presenta un buen estudio anatómico. El equilibro se guarda con las dos escaleras opuestas y apoyadas en los brazos de la cruz, pero tanto estas como las imágenes de José de Arimatea y Nicodemo invierten su posición respecto al original vallisoletano: el primero se encarama a la cruz por la derecha y sujeta el brazo izquierdo desenclavado, mientras Nicodemo, que sube por la escalera izquierda, sujeta el otro brazo y trata de sostener con su diestra el cuerpo inerte de Cristo. Visten ropas con faldón hasta la rodilla, ceñidas en la cintura, y se cubren con turbantes de gusto oriental, todo ello realizado en madera policromada. Observando la escena se encuentran cuatro imágenes de vestir, con manos y rostros inspirados en sus modelos vallisoletanos: ante la cruz, a la izquierda, se postran la Virgen María, con toca y manto azules y extendiendo los brazos hacia su Hijo; San Juan Evangelista, que se adelanta hacia la cruz, y un caricaturesco sayón que alzando un martillo se dirige a desenclavar los pies de Cristo. Por detrás de la cruz se encuentra María Magdalena, con cabello largo, quedando desplazada respecto al lugar preponderante que ocupaba en los pasos vallisoletano y riosecano: ello puede deberse a alguna reforma posterior que intercambió su posición con la que ahora ocupa el sayón. Las vestiduras actuales se inspiran en sus modelos vallisoletanos de madera policromada.
La ausencia de documentos ha motivado varias propuestas de autoría, comenzando por la atribución a Tudanca, cuyo estilo no corresponde al grupo escultórico de Sahagún, pese a que trabajó en Boadilla de Rioseco y Villada entre 1652 y 1654. García Abad probó documentalmente que “oficiales de Tudanca y otros escultores” estaban trabajando en Sahagún en 1677 y 1678. Otra posibilidad apuntaría a la presencia de escultores trasmeranos en la obra de la fachada de la Portería del Real Monasterio de San Benito de Sahagún, para la que Miguel de Agüero y Dionisio de Pumera, vecino de Camargo, hicieron tres escudos y tres esculturas de piedra, con la posible asistencia de Francisco y de Juan de la Serna, “vecinos del lugar de Oz, en la junta de Riba Montán”, que en 1679 figuran como fiadores en el subcontrato del maestro cantero Juan del Campo y Peña, vecino del valle de Hoz. Concertó dicha obra escultórica Miguel de Agüero en 7.000 reales de vellón y carga y media de trigo, mientras Pumera tenía contratada la decoración de la panda suroeste del claustro del Real Convento de San Marcos de la ciudad de León en 3.800 reales. Pero la propuesta más factible sobre la posible autoría del paso de Sahagún se centra en el escultor berciano Tomás de Sierra Vidal (h. 1654-1725) y, más bien, en su taller especializado de Medina de Rioseco, de donde pudo salir el paso de Sahagún. Su hijo José de Sierra trabajó en Sahagún y su comarca, y su nieto Rafael de Sierra, hijo de José, talló en 1751 una imagen de San Miguel para el Colegio Seminario de San Francisco de Sahagún.
El paso del Descendimiento de Sahagún fue restaurado en 1992 por el escultor vallisoletano Mariano Nieto Pérez, que le devolvió su esplendor original.
De gestionar la restauración se ocuparon la Diputación Provincial de León y el Ayuntamiento de Sahagún. También se contó con donaciones de particulares. Es el más pesado y complejo de los que componen el conjunto de pasos barrocos de Sahagún. Sale en procesión en la mañana del Viernes Santo, en la “procesión de los Pasos”, llevado por veinticuatro braceros que antaño pertenecían al gremio de los pastores y que siguen al de Longinos. Pertenece a la Cofradía de Jesús y Patrocinio de San José y se guarda en la capilla de Jesús, situada a los pies de la iglesia de San Lorenzo.
El paso del Santo Sepulcro de la cofradía de Jesús Nazareno, conocido popularmente como “La Urna”, está formado por urna sepulcral realizada en madera de pino policromada y dorada, que está destinada a albergar a un Cristo yacente articulado de la misma época. De autor desconocido, sus características estructurales y estilísticas permiten adscribir ambas piezas a las producciones escultóricas que durante el último tercio del siglo XVII se llevaron a cabo en el ámbito castellano, especialmente emanadas del foco vallisoletano a partir de la mano de escultores como Andrés de Oliveros, Pedro Salvador “el joven”, Antonio Vázquez o Francisco Díez de Tudanca, entre otros.
El origen de estos conjuntos escultóricos está íntimamente relacionado con el auge que el Santo Sepulcro alcanzó tras el Concilio de Trento y el fervor popular con el que fueron acogidas, ya desde la Edad Media, algunas ceremonias del teatro de los Misterios como la del Descensio Corporis Christi o Descendimiento, en la que este tipo de tallas se antojaban fundamentales a la hora de materializar la dramatización de este pasaje la Pasión. Una dramatización, de extraordinario valor para el Patrimonio inmaterial, que se ha mantenido en la Semana Santa de Sahagún sin alteraciones y que tiene lugar en el interior de la iglesia de san Lorenzo tras los oficios del Viernes Santo, en el conocido como acto del Desenclavo con el que se da inicio a la procesión del Santo Entierro.
La urna, propiamente dicha, está formada por una caja de base rectangular que adquiere progresivamente un perfil bulboso hasta la base de la cama sepulcral y está realizada mediante tablas de madera de pino ensambladas a junta plana con
el auxilio de tarugos de doble cola de milano. A la altura de la cama, la forma sinuosa de la caja se repliega para ofrecer una nueva base rectangular sobre la que apea otra caja, esta vez en forma de paralelepípedo, que se abre mediante vanos ovalados (en el frente y parte posterior) y arcos escarzanos y mixtilíneos (en los laterales); todos ellos cerrados por planchas de vidrio que permiten la visibilidad del yacente. Sobre esta última caja se sitúa una tapa troncopiramidal cuya superficie está calada por vanos acristalados y aloja en la parte superior cuatro aldabas de hierro circulares para permitir su apertura durante el acto del Desenclavo.
La base de la primera caja está formada por una moldura sencilla en la que se abren cuatro arquillos escarzanos –en los laterales– y que originariamente servían para situar las manguetas con las que se procesionaba este paso. Policromada con acabados marmóreos, esta primera superficie de la caja está adornada, en el centro de cada cara, con una cartela de hojarasca y roleos dorados que aloja en su interior una inscripción pintada en rojo. En el frente, a los pies del yacente, la inscripción epigráfica reza: “Passvs svb/ Pontio Pila/to”; a la izquierda del yacente: “Crvcifi/xvs”, en la parte posterior (bajo la cabeza del yacente): “Mor tv/vs” y a la derecha del yacente: “Et sepvl/tvs”, es decir “padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”. De esta forma, el sepulcro de Sahagún recoge la parte del Credo de los Apóstoles o “Credo corto” dedicada a la Pasión de Cristo.
Sobre esta línea de inscripciones, la superficie de la caja adopta una forma bulbosa dividida por volutas rematadas en candeleros para alojar velas y que generan en los laterales dos amplios espacios donde se sitúan sendos medallones envueltos en tarjas doradas que alojan en su interior la imagen de los evangelistas con su correspondiente símbolo del Tetramorfo. Los situados a la izquierda del yacente contienen los bustos de san Mateo y san Lucas, ambos con el evangelio en sus manos, acompañados del ángel y el buey, respectivamente, y dotados de una rica indumentaria de acabado naturalista. Con semejantes características, en el lateral situado a la derecha del yacente se representan las imágenes de san Juan y san Marcos, esta vez con el correspondiente símbolo zoomorfo del águila y el león, de forma que con ellos se completa la alusión a los autores de los principales textos canónicos en los que se relata el Enterramiento de Cristo o Santo Entierro (Mt. 27: 57-61; Mc. 15: 42-47; Lc. 23: 50-56 y Jn. 19: 38-42).
Más complejos e interesantes se presentan los programas iconográficos del frente y parte posterior de la Urna. El centro de esta última está ocupado por una cartela dorada con la inscripción: “Vexilla Regis/ prodevnt”, que puede traducirse como “avanzan los estandartes del rey” y que está tomada de un himno de origen medieval dedicado a la cruz de Cristo que probablemente se cantaba durante las primeras dramatizaciones del Desenclavo. Sobre la inscripción, e invadiendo la superficie de la caja acristalada superior, dos ángeles tenantes portan una nueva cartela dorada en la que aparecen diferentes Arma Christi o instrumentos de la Pasión. A saber: formando un eje vertical, la Cruz de Cristo con la Verónica o paño de la Verónica, el Santo Sepulcro con el Santo Sudario, la Santa Túnica y tres dados con que los soldados la echaron a suerte y el pomo de los ungüentos o perfumes para embalsamar el cuerpo de Jesús. A ambos lados de este eje, las tenazas, el martillo y la escalera del Desenclavo, la lanza del centurión Longino, la caña del portaesponja, una mano negra en alusión a Simón de Cirene, la jarra sobre jofaina con la hiel y el vinagre (o bien en alusión al lavatorio del prefecto Poncio Pilato), la columna y flagelum de la Flagelación, el gallo asociado a las negaciones de Pedro y las treinta monedas de la traición de Judas.
Por su parte, en el frente de la Urna, a los pies del yacente, aparece la inscripción “Mortem nostram/ morie[n]do destrv/xit” (“muriendo destruyó nuestra muerte”). Esta frase, que se pronunciaba en el prefacio de la misa del tiempo pas cual y fue usada en los diálogos de algunos autos sacramentales como “El divino Orfeo” de Pedro Calderón de la Barca (1663), permite descifrar el enigmático tema iconográfico superior. En el interior de una cartela dorada se representan, de media figura, una imagen femenina y un personaje masculino que se puede identificar con Lucifer, ambos con un grillete en su cuello y situados en torno a un orbe de aspecto tenebroso. Los visibles huecos existentes en grilletes y orbe invitan a pensar que en origen ambos elementos estaban enlazados con cadenas metálicas. Dadas las características de esta imagen y de la epigrafía anterior, no cabe duda de que se trata de una inusual representación de la Anastasis, un tema que aquí se materializa mostrando a Satán y a una mujer encadenados al Limbo.
Esta última simboliza los cautivos justos que fueron rescatados por Cristo en su descenso a los infiernos, mientras el primero refleja el apresamiento de Satanás.
Dado que estos acontecimientos, según la tradición, tuvieron lugar a lo largo de los tres días en que Jesús se mantuvo en el sepulcro, su inclusión en este paso procesional fue un acierto por parte del artista y/o teólogo instructor.
Sobre la cama de este Santo Sepulcro, dotada de almohada con borlas, se sitúa la figura independiente y articulada del Cristo yacente. Una excelente talla de bulto redondo barroca, adscrita al último tercio del siglo XVII, en la que Cristo, de tres clavos y cubierto por un perizoma de profundos y sinuosos pliegues, es tratado con un enorme realismo que se potencia gracias a la apertura de la boca y la re presentación de los estigmas, entre otros recursos. El cuerpo denota la destreza de su ejecutor a la hora de retratar una anatomía de gran verismo, a la que se ha dotado de suficientes ingredientes para incrementar su potencial dramático. Sus rodillas se flexionan y elevan, su torso cae ligeramente hacia delante y su rostro se ladea sobre su hombro izquierdo, siguiendo un modelo habitual dentro de la producción escultórica del momento.
Destaca el tratamiento de esta última parte de su cuerpo, con el que se retrata al Crucificado tras sucumbir a la muerte con los ojos levemente abiertos, boca entreabierta con un correcto acabado de los dientes, largo cabello de mechones ondulados con crencha al medio y poblada barba. Esta expresión naturalista se acentúa con la excelente aplicación de policromías, en especial las carnaciones de pulimento de tono rosáceo.
Una de las características más singulares de la pieza, no obstante, son sus brazos articulados, una propiedad que se incluyó por el afán de dotar al yacente de un aspecto más realista para su uso durante el acto del Desenclavo. La forma de realizarlo, siguiendo uno de los métodos más habituales, fue mediante el sistema o mecanismo de galleta, es decir, a través de un cilindro de madera que se incrusta en el hombro y que se ajusta con un perno a los extremos de los brazos, que han sido rebajados a modo de horquilla o quijada para el ensamblaje.
Con todo, este yacente articulado y la correspondiente dramatización del Desenclavo deben ser considerados en un sentido más amplio, ya que el auto sacra mental de la Pasión al que estuvieron asociados desde su origen comenzaba con la Adoratio Crucis, en la que el Crucificado se exhibía y veneraba en el interior de la iglesia, continuaba con el Desenclavo, la ceremonia de la Depositio (introducción del Cristo yacente en el sepulcro) y finalizaba con la procesión del Santo Entierro, tal y como aún se mantiene hasta la actualidad. Además, todo este ritual debió acompañarse originariamente de una serie de cánticos, oraciones e himnos –a los que se hace referencia en las inscripciones de la Urna– con los que se completaba una conmovedora y realista reproducción de uno de los episodios centrales de la Pasión.
Este tipo de imágenes son conocidas como vestideras, de bastidor o de candelero.
El paso de la Soledad está presente en los oficios de Viernes Santo, cuando, tras el acto del Desenclavo, los penitentes le presentan a la madre su hijo muerto y seguidamente sale acompañando a la Urna con Cristo yacente en la procesión llamada del Silencio o del Santo Entierro. Es porteada a costa de los que ajustan el paso en la subasta durante la tarde del V Domingo Cuaresma llamado de Lázaro o Tortillero María, representada como una mujer mayor, aparece vestida de luto, al modo de viuda castellana de los siglos XVI y XVII, luce manto negro decorado con cenefa dorada recorriendo el borde, sobre saya blanca con el monograma de Jesucristo bordado en dorado, las mangas con abotonadura por la parte interior, con motivos de estrellas, también doradas hacia los puños, y rematados éstos con amplias puntillas. La ropa interior de la Virgen consiste en unas enaguas sobre un corpiño de cordones antiguo. La toca consiste en un paño blanco que rodea el rostro y vuelve sobre el hombro izquierdo. Lleva cíngulo, también dorado, y un rosario blanco al cuello; la diadema es radiante alternando rayos ondulantes y rayos rectos terminados en estrellas de doce puntas y en la parte superior rematada con una cruz; el arco de apoyo sobre la cabeza se completa con los atributos de la Pasión. Solo se deja ver la cara y las manos. Está arrodillada, posición en la que se detecta cierta desproporción entre cuerpo y piernas, y que indica una anatomía demasiado alta a tenor de la postura. Tiene los brazos extendidos, suplicantes, el rostro elevado y la mirada puesta en la cruz con un rictus de dolor expresado por unas cejas arqueadas, aunque sin llegar a fruncir el ceño, y la boca entreabierta, lo que crea un gesto de cierto patetismo que las lágrimas ayudan a potenciar.
El atuendo de estas imágenes suele tener que renovarse cada cierto tiempo por los deterioros que les provoca la propia función procesional. En este caso manto y vestido han sido renovados en los años 2005 y 2006 respectivamente y elaborado por Dolores Cañizo Mayorga. La mantilla es antigua, donación de la familia Medina.
La restauración de la talla fue acometida por la empresa Pátina. Restauración escultórica en el año 2010 y consistió en un tratamiento curativo de eliminación de insectos xilófagos, limpieza y reintegración cromática parcial aplicada a base de regatino muy diluido para la cara y con técnica imitativa en las manos. La intervención también sirvió para confirmar la calidad de la obra y deducir su técnica de ejecución. La madera, posiblemente de frutal, fue cubierta con una especie de fina aspillera estucada, unos mínimos restos delatan que ésta capa estaría forrada a su vez con otra tela estampada que daría dignidad a la imagen, aun sin estar vestida, y que confirman la calidad de la obra y el cuidado en su realización. Los ojos son de vidrio y al parecer conserva los originales. El bastidor, seguramente haya sido sustituido, y no sea el que tuvo en un principio, comprensible, siendo la parte estructural que más sufre su uso procesional.
Pese a no contar con pruebas documentales que atribuya el encargo de esta obra a la cofradía de Jesús Nazareno, dado que este tipo de trabajo considerado de bajo coste no requeriría la formalidad que otro tipo de empresas, la evidente función procesional de imágenes devocionales como ésta que nos ocupa no deja dudas de que fuese encargada por dicha hermandad. Es más, el mayor gasto que estas figuras suponen para la institución son el mantenimiento y la renovación de su vestimenta, aspecto al que ya hemos hecho referencia y al que mayor atención se le presta, hasta el punto de que su cuidado precisa, no solo de la dedicación al tejido y los atributos, si no de un ceremonioso protocolo que se irá transmitiendo a través del tiempo de forma tradicional, conservando ciertos tintes cortesanos y que está ligado a la propia iconografía de la tipología mariana a la que se corresponde.
El origen de este tipo de representaciones piadosas se remonta a la Stabat Mater de los Calvarios, Piedades y Planto de época medieval inspirados en las visiones sobrenaturales de Santa Brígida de Suecia o San Buenaventura. Sin embargo, será tras el Concilio de Trento y aún con mayor intensidad con la llegada del Barroco, cuando se potencie toda la expresividad capaz de transmitirse a través de imágenes como esta Virgen de la cofradía de Jesús Nazareno de Sahagún. Los Siete Dolores de María constituirán uno de los principales motivos de meditación recomendados, que como resultado se materializará en una estatuaria devocional que desemboca en la iconografía de la Virgen de las Angustias, la Virgen de los Dolores o la Virgen de la Soledad, muy apropiada para la función procesional que en este momento se desarrolla con fuerza.
Para comprender el caso concreto de la imagen de la Virgen de la Soledad y la estética que la caracteriza debemos remontarnos a tiempos de Felipe II y al relato que cuenta como su esposa, la reina Isabel de Valois, trajo de Francia para su devoción personal una pintura con la historia de las Angustias y la Soledad de María de la que era muy devota. Con la intención de conseguir una imagen inspirada en aquella, se encargó una escultura solo tallada de cara y manos, es decir, de vestir, para el convento de la orden de San Francisco de Paula, los mínimos, a la que pertenecía el confesor real. La ejecución del encargo habría sido propuesta al escultor Gaspar Becerra, quien logró transmitir a la figura la expresión de tristeza que al parecer también mostraba la pintura. En medio del relato aparece la Condesa de Urueña, camarera de la reina, quien se encargó de ataviar a la figura y a quien se le atribuye la idea de vestirle con la indumentaria que usaban las viudas: hábito blanco de lino y manto negro, y que algunas fuentes aseguran fue donación de la propia Condesa ya viuda, entendiéndose por tanto la imagen así, vestida de luto cortesano. La difusión de esta devoción mariana se atribuye a la orden de los mencionados monjes mínimos y, con ello, la creación de cofradías y pasos procesionales dedicados a la imagen que se extendieron profusamente ya desde el siglo XVI. No se conserva la imagen original que supuestamente se relaciona con el relato, pues se perdió durante el incendio de la catedral de San Isidro, antigua iglesia de los jesuitas, donde se conservaba, en los primeros días de la sublevación del 36.
La Virgen de la Soledad de Sahagún es una imagen que disfruta de una especial devoción en la localidad y desde antiguo se la venera con dicha advocación, sin embargo, su representación no corresponde exactamente con la iconografía pasionista de la talla madrileña en la que se supone nace esta tradición devocional.
Si bien, el atuendo sí concuerda, siendo el de una virgen enlutada según el modo de la dama viuda castellana, la postura y gesto de la Virgen facundina no coincide con la del encargo destinado al convento de los mínimos en tiempos de Felipe II y destruida al comienzo de la Guerra Civil. La talla original inspirada en la pintura que poseía Isabel de Valois y que Gaspar Becerra realizó a partir de ésta aparece de pies, es la imagen de una mujer joven y se caracteriza por su recogimiento, tiene las manos entrelazadas en postura orante, la cabeza inclinada ligeramente y con los ojos hacia el suelo, con un evidente gesto de aflicción que, según el relato, fue uno de los requerimientos hechos al artista para satisfacer el gusto de la reina, quien llegó a rechazar hasta dos modelos anteriores por no considerar que transmitían el debido desconsuelo. En cambio, como ya hemos advertido en este caso de la Soledad de Sahagún, la Virgen tiene los rasgos de una mujer entrada en años, que muestra su dolor con un gesto menos comedido, con una carga más dramática, transmitiendo más su angustia y menos la resignación. Mira a la Cruz con los labios entreabiertos, extiende los brazos, y en ello se asemeja más a una Virgen Dolorosa. Por tanto podemos interpretarlo como un caso de iconografía particularmente ecléctica, en la que por un lado hay que considerar la tradicional advocación de esta Virgen, como de la Soledad, ataviada de luto a la manera que la original de Gaspar Becerra y por otro, la patética postura en que se representa la imagen, y aunque en lo que respecta a su advocación y vestido no sabemos si siguen el modelo original, nada indica que pudo ser de otra manera, dado que en la villa facundina así se tiene por costumbre.
Se saca el Miércoles Santo por la tarde en el Vía Crucis, porteado por los hermanos cofrades, y el Viernes Santo por la tarde en la Procesión del Silencio llamada también del Santo Entierro, en esta procesión a costa los que consiguen la puja en la subasta del V Domingo de Cuaresma llamado de Lázaro o de Tortillero.
La obra fue intervenida en el año 1993 en los talleres del restaurador D. Mariano Nieto y tratada de distintas patologías y deterioros. El proceso consistió principalmente en la desinsectación de xilófagos, consolidación y reintegración escultórica de material escultórico, además de limpieza, consolidación y reintegración de material pictórico.
Se trata de una escultura de canon esbelto, anatomía proporcionada, el tórax y vientre en reposo, sin distensiones mortuorias, su vigorosa musculatura transmite una atlética masculinidad. En armonía con todo esto la postura del cuerpo es sosegada y simétrica, sin curva serpentinata marcada, tan solo muestra un tenue contraposto conseguido a partir del giro de las piernas y la inclinación de la cabeza, lo que rompe ligeramente el equilibrio dominante enfatizado en brazos y manos, dada la idéntica disposición en el gesto de fijarlos al patibulum de la cruz, no muy por encima de la altura de la cabeza. Una sólida corona de espinas forma un mismo elemento escultórico con el ondulado cabello. Los trabajados mechones, que caen hacia el pecho por ambos lados, dejan ver la oreja izquierda y junto con la rizada y afilada barba enmarcan el rostro de Cristo, sereno, con los ojos cerrados bajo unas arqueadas cejas en un gesto de reposo final. Los labios son gruesos, la nariz recta y los pómulos enjutos debido a la flacidez de una anticipada muerte. El perizonium se dispone atado con lo que deja ver la cadera derecha y cae formando unos sencillos y blandos pliegues en forma triangular que acentúan el carácter simétrico y dan coherencia a la composición. No hay exceso de sangre, algunos hilos debido a las heridas de la corona de espinas escurren hasta el pecho, algo más abundante brota de la lanzada del costado, al igual que de las manos y los pies clavados, también resbala por la ingle bajo el paño de pureza, y finalmente aparece en las magulladas rodillas.
El trabajo está ejecutado en un naturalismo sin estridencias, sin el dramatismo que tan elocuentemente caracterizó el estilo manierista de Juan de Juni y sin el patetismo que alcanzará la obra ya barroca de Gregorio Fernández unas décadas más tarde. El autor del Cristo crucificado de la cofradía de Jesús Nazareno de Sahagún optó por la atemperación de las características del estilo juniano con el que se ha venido relacionando tradicionalmente.
Las talleres castellanos de escultura de la órbita vallisoletana que acapararon el panorama artístico de la segunda mitad del siglo XVI y a los que, a falta de uno propio, perteneció el entorno de Sahagún, efectivamente vienen ligados a la incuestionable personalidad de Juan de Juni, sin embargo no faltaron otras influencias que adoptaron algunos maestros incluyendo rasgos romanistas procedentes de la obra de Gaspar Becerra, de las labores derivadas de la andadura vallisoletana de Juan de Anchieta o de Esteban Jordán, que sirvieron de inspiración y renovación a otros artistas que por razones cronológicas también se vieron en contacto con la inmediata obra de Gregorio Fernández.
La ya advertida falta de talleres escultóricos propios del entorno sahagunense en un momento en que se emprenden proyectos de la importancia de los retablos encargados a Juan de Nates para el convento franciscano o en el caso de San Benito, comprometiendo al propio Gregorio Fernández, y abundando en ello, en la cercana villa de Grajal, señorío de los Vega, en la iglesia anexa al palacio que se encomiende el retablo al taller de los Bolduque, obliga a buscar referencias fuera, y serán los talleres vallisoletanos con sede en la capital y en Medina de Rioseco a los que principalmente recurran los promotores de esos encargos.
En el panorama artístico facundino de este momento, en lo que al mundo de la talla y la escultura se refiere, ya advertido ese carácter foráneo de los trabajos retablísticos, a la luz de los documentos se confirma, además de la presencia de artistas de incuestionable calidad como los ya mencionados, la de algunos otros como la figura del palentino Pedro Torres, a quien se recurrió en un primer mo mento para la realización del retablo de San Benito, caracterizado por un ecléctico estilo a caballo entre la influencia de Juan de Juni y el romanismo becerriano, quien aunque no llegó a concluir la empresa encomendada, también pudo ser cauce de recursos formales e influencias.
De entre la obra de todos ellos queremos llamar la atención de forma particular sobre el conjunto de crucificados salidos del taller de los Bolduque. Se trata éste de un taller familiar de considerable recorrido que estará liderado siempre por sus miembros más representativos desde su fundación en los años cuarenta del siglo XVI. Destacamos el maestrazgo de Pedro Bolduque a partir de 1570, del que constan colaboraciones con Juan de Juni, y posteriormente de su sobrino Mateo Enrique de Bolduque, a quien también encontramos incluido en el contrato que firma la orden benedictina con Gregorio Fernández para la realización del retablo de San Benito de Sahagún a partir de 1616. La relación circunstancial de este taller y su círculo de influencia con Sahagún también puede confirmarse con la permanencia en la villa de uno de sus mayores colaboradores, nos referimos al ensamblador Gaspar de Umaña, a partir de 1577.
El Cristo de la cofradía de Jesús Nazareno con su estilo atemperado, de rotunda anatomía, en un sosegado reposo y de sobrio gesto recuerda algunos de los rasgos formales de las tallas salidas de este taller bolduquiano. El más próximo en términos geográficos es el Cristo que corona el retablo de San Miguel de la cercana villa de Grajal, obra de Mateo Enríquez, el más joven de los Bolduque, con quien contará el maestro Gregorio Fernández como colaborador para el encargo benedictino en Sahagún. Se trata de una obra continuadora de una misma serie donde ya su tío Pedro de Bolduque destacó con otras figuras de igual tipología como son El Cristo del convento de la Concepción de Cuéllar, el Cristo del Humilladero de San Agustín de Capillas, que culmina con el Cristo de la Clemencia de Medina de Rioseco, y que completa el sobrino con, además de este de Grajal, con el de la Paz, también riosecano, por mencionar algunos de los numerosos que les son atribuidos.
La semejanza entre estas obras y la de Sahagún está en la composición y la postura, en todos los casos comedida, sin estridencias dramáticas, buscando un equilibrio y simetría solo alterados ligeramente por un tenue contraposto, cuya modulación coincide acentuado por la propia anatomía del crucificado, que obedece también a un estudio similar en todas ellas; lejos de dramatismos, todas destacan por su gesto de sosiego, un rictus serio, pero lejos de patetismos venideros, transmitiendo en el caso sahagunense más descanso que dolor; la corona de espinas aparece entrelazada y tallada con el cabello como en la mayoría de los casos; finalmente el paño de pureza se dispone de forma parecida, atado dejan do ver la cadera y con unos pliegues de apariencia blanda, describiendo formas triangulares en muchos de los casos.
Si bien no se puede asegurar la mano y el taller del que procede el Cristo de la cofradía de Jesús Nazareno, nos inclinamos a pensar que fue realizado en este mismo ambiente ecléctico, creado a partir del ingenio y pericia del autor pero también del intercambio de influencias y rasgos formales que continuamente se reinventan, deudores de los grandes artistas del momento, con los que sin duda colaboraron sus artífices en otros encargos, hoy muchos de ellos expoliados y de los que solo nos quedan restos, testigos de la gran actividad promotora en una época de transición y cambio.
Según una escritura existente de 1639 hecha ante el escribano de Sahagún Juan de Villafrades, esta procesión inicialmente partía de la casa ermita propiedad de la cofradía haciendo estación en cada uno de los conventos e iglesias de la villa finalizando en la iglesia de San Tirso. Cuando fue cerrada al culto en el año 1940 la procesión partía de San Lorenzo, de donde parte también actualmente, finalizando en la plaza de dicha iglesia.
Este paso cumple una función muy importante en la Semana Santa de Sahagún puesto que, junto con el paso conocido popularmente con el nombre de la Dolorosa Pequeña, representa una de las dramatizaciones más populares de nuestra Semana Santa, que es el acto conocido con el nombre de “La Despedida”. Acto que hace alusión al momento en el que la Virgen vio a Jesús por última vez antes de su camino al calvario y posterior crucifixión. Encontramos referencias de este momento de la Despedida en algunas de las canciones del repertorio popular musical de Semana Santa que se conservan. Actualmente el acto se realiza al finalizar la procesión tomando como escenario las ruinas del Real Monasterio de San Benito. Durante los años en los que la Iglesia de San Tirso estuvo cerrada al culto, el acto tenía lugar en la plaza de la Iglesia de San Lorenzo. Los porteadores de ambos pasos acercan y posicionan la imagen de Jesús en frente de la imagen de la Dolorosa Pequeña. La imagen articulada de Jesús ejecuta con las manos un movimiento hacia arriba y hacia abajo simulando el gesto del adiós a su madre la virgen. Este movimiento lo realiza de forma manual uno de los cofrades que porta el paso tirando de la cuerda que activa el aparejo de resortes que está instalado en el interior. A la representación del acto le acompaña de fondo la música de la Banda Municipal de Sahagún. Una vez finalizado el acto, los pasos pasan a ser encerrados en la Iglesia de San Tirso.
Esta dramatización es de gran interés etnográfico al ser la única manifestación de este tipo que se conserva en la Semana Santa de la provincia de León.
DESCRIPCIÓN Y RESTAURACIONES: Paso procesional que representa una de las escenas de la Pasión de Cristo “La Oración en el Huerto de los Olivos”. El paso muestra el momento en el que Jesús está orando solo en el Huerto de Getsemaní y un ángel se le aparece para reconfortarlo tal y como lo relata el evangelista Lucas (22,39, 46).
La composición es una de las más básicas de este tema de la Pasión. Se limita solamente a la representación de Jesús y el ángel. Las dos tallas están representadas en dos niveles que dan a la escena aspecto ascensional. En el primer nivel está Jesús, imagen de vestir o bastidor articulado. Antes de la restauración en el 2013, la estructura del cuerpo que constituía la base del textil, se componía de un maniquí anatomizado resultado de una serie de intervenciones anteriores a su restauración, (en vez del tradicional candelero que se empleaba como armazón en este tipo de imágenes) con brazos adosados de madera articulados y pies adosados a la base del maniquí también de alguna intervención anterior. Jesús aparece orando de rodillas con los brazos flexionados hacia adelante y con la mirada hacia el cielo en actitud de plegaria. La cabeza y las manos que son las partes visibles y más importantes en este tipo de imágenes de vestir, son las que están talladas y policromadas tal y como constaba en los contratos de encargo de este tipo de imágenes, aunque en este caso no se conserva. La cabeza de Jesús con cabellos ondulados y barba está ligeramente elevada, la dirección de la mirada crea una diagonal con respecto a la talla del ángel.
El rostro de Jesús refleja la angustia que vivió mientras oraba en el huerto de Getsemaní. Aparece representado en su aspecto más humano, en el momento en que está asumiendo su sacrificio y todo lo que iba a ocurrir. Esa angustia se ve reflejada mediante la expresión del rostro: mirada hacia arriba, boca entre abierta que deja ver el elemento postizo de los dientes que da a la imagen un mayor naturalismo y mediante la policromía, gotas de sangre que le corren por el rostro representando el momento en que Jesús sudó sangre a consecuencia de la agonía que estaba sufriendo.
En este tipo de imágenes de vestir, tiene gran importancia la vestimenta, que es la que engrandece la imagen. Anterior al año 2015 la imagen estaba vestida con una túnica de terciopelo de color morado, color que hace alusión al sufrimiento y a la penitencia, cíngulo y detalles de pasamanería dorada en las mangas y en el bajo de la túnica.
El hecho de vestir a Jesús con estas ricas telas, aparte de para engrandecer el paso, en el barroco se empleaban siguiendo los postulados de la Contrarreforma, para adoctrinar a las gentes, mostrando la imagen de Jesús como un triunfador a pesar del sufrimiento que estaba padeciendo. En el 2015 se renovó completamente la vestimenta de la imagen de Jesús dándole una mayor vistosidad. La túnica que viste está confeccionada en raso de un tono azulado sustituyendo al tradicional terciopelo morado lo que le da un aspecto mucho más brillante. Cíngulo dorado al igual que los detalles de pasamanería de las mangas y de la zona del cuello, donde destaca el encaje de blonda blanca que también se ha utilizado para las bocamangas. Sobre los hombros, un manto de color granate. Esta vestimenta que ha sido confeccionada por hermanas de la cofradía, es mucho más vistosa y recuerda a las imágenes de vestir de la zona de Andalucía.
En los años 90 se realizaron algunas intervenciones en el paso por parte de la Cofradía de Jesús Nazareno como algunos repintes y mejoras en el bastidor de la imagen. En el 2013 la imagen de Jesús fue restaurada por el restaurador de Sahagún Jesús Román Sanz. Realizó un cuerpo de madera de pino y pies de nogal, respetando la articulación de los brazos. Este nuevo cuerpo proporciona a la imagen un aspecto más voluptuoso.
También a esta restauración pertenece la mano izquierda, tallada en madera de haya y policromada. La mano anterior que tenía el paso era femenina, perteneciente a otra imagen y consecuencia de alguna intervención anterior. El restaurador le ha dado a la mano ese aspecto envejecido que actualmente tienen las partes originales (rostro y mano derecha) para que lo nuevo no resalte del original.
Este tipo de imágenes de vestir, aunque fueron más comunes en Andalucía, también se dieron en Castilla, sobre todo en los núcleos rurales. Siendo esta, además, una de las pocas que se conservan y únicas de uso público devocional en la Semana Santa de la provincia de León.
La otra figura que compone el paso es la de ángel consolador que se le apareció a Jesús para reconfortarlo en ese momento tan duro que estaba sufriendo. Este ángel que solo aparece en el evangelio de Lucas, según la tradición apócrifa recibe el nombre de Egudiel que significa “La Penitencia de Dios”. En este tema de la pasión que en los evangelios solo se habla de la representación de un solo ángel, ha habido bastante libertad entre los autores a la hora de representarlo.
En este caso está representado con aspecto infantil, desnudo, con la cabeza ligeramente elevada e inclinada hacia el lado izquierdo, con el cabello castaño claro y ondulado y las mejillas sonrosadas. La serenidad de su rostro se contrapone a la expresión de angustia de Jesús. Actualmente aparece en posición sedente sobre el capitel de una columna cubierta de ramas que representa el olivo sobre el que se le apareció a Jesús. La pierna derecha está flexionada y la izquierda está ligeramente suspendida. Esta postura un poco inestable junto con las dos alas blancas todavía desplegadas, significa que acaba de bajar a la Tierra y le da sensación de movimiento, una de las características del barroco. Las alas están talladas simulando plumas y conservan parte del dorado de la policromía. En cuanto a la disposición de los brazos, el izquierdo está flexionado con la palma de la mano abierta y el brazo derecho aparece elevado y flexionado hacia adentro como en actitud de dar consuelo.
En otros pasos en los que se representa este tema es frecuente ver al ángel portando el cáliz con el cual según los evangelios confortó y tranquilizó a Jesús. Por falta de documentación no podemos saber si este ángel también lo portaba.
En la última restauración del paso, al ángel no se le hizo ninguna intervención, solo se ha sustituido el soporte sobre el que estaba apoyado por la columna que hay actualmente.
Las andas que componen el paso, realizadas también en madera se caracterizan por su sencillez y funcionalidad. Se componen de tablero con una pequeña plataforma que realza la imagen de Jesús y dos listones horizontales y paralelos que sobresalen en la parte delantera y trasera. En cuanto a la decoración, destaca la pequeña balaustrada sobre el perímetro del tablero y un motivo decorativo de tipo floral en la parte delantera y trasera. Para la iluminación del paso se han dispuesto cuatro faroles, uno en cada esquina de las andas con estructura de metal y cristal en parte de las caras con motivos decorativos de tipo vegetal y floral. Las andas de este paso fueron realizadas a mediados de los años 90 por hermanos de la Cofradía de Jesús Nazareno.
Sale en la procesión de la tarde del Jueves Santo de la iglesia de San Lorenzo, aunque antiguamente lo hacía de la de San Tirso, que era la sede, y también la organizadora de esta celebración la Cofradía de la Vera Cruz cuyos hermanos también sacaban en esta tarde otros pasos como el de La Oración del huerto de los olivos, La Soledad, Cristo con la cruz a cuestas y Nuestra Señora de las Amarguras, según el P. Albano García Abad, que tan bien estudió nuestra Semana Santa.
Probablemente esta es la cofradía más antigua de Sahagún, ya documenta da en el siglo XVI (a partir de 1543), pero con referencias que pueden alargar su existencia a finales de la Edad Media. Ahora está unida a la de Jesús Nazareno, aunque se mantienen algunas de sus costumbres, ropas, etc.
En los siglos XVI y XVII tenía casa y ermita cerca de “la iglesia parroquial de Nuestra Señora La Nueva”. Hoy se custodian sus pasos en la iglesia de San Tirso, junto a las ruinas del monasterio benediction de San Benito o Domnos Sanctos.
La talla es de tamaño natural ligeramente inferior, de madera policromada, obra de mediados del siglo XVII, de un seguidor del imaginero vallisoletano Gregorio Fernández.
Está bien conservada, con las carnaciones pulimentadas y el paño bien estofado. Borbotones e hilos de sangre cubren toda la superficie del cuerpo, resultado de los latigazos recién aplicados con feroz saña.
El cuerpo tiene buenas proporciones, bien estudiada la anatomía y la musculatura, así como las manos, con proporción mesurada.
La cabeza, con el rostro ensimismado, presenta buena factura, con los cabellos largos y barba y bigote profusos mojados por la humedad del sudor y de la sangre. Mira hacia abajo, con los párpados entrecerrados. Está maniatado a la columna, una esbelta pieza de orden toscano con fuste liso y capitel de este estilo, toda ella de color oscuro, que sobrepasa un poco la altura de la cabeza.
Al parecer estamos ante un artista más dedicado a labores de orfebrería, dorado, estofado o pintura y sobre todo restauración, que al de imaginería en sí.
Nacido en 1892, su labor al frente del taller abarca el periodo que va desde mediados de los años veinte, cuando termina su oficialía y se decide a establecer de forma independiente, hasta los años cuarenta, muriendo de forma un tanto prematura en 1958. Tan solo podemos mencionar hasta el momento siete imágenes atribuidas al artista, todas ellas dentro de la escultura religiosa procesional, de las que cuatro son vírgenes de candelero entre las que se encuentra la Virgen de las Amarguras de Sahagún. También se le atribuye un Nazareno con la cruz a cuestas igualmente destinado a la cofradía facundina de la Vera Cruz de Sahagún y que lo mismo que la Virgen se conserva en la iglesia de San Tirso.
Todas las imágenes marianas de Galiano guardan unas características similares, de fina y sensual fisonomía, representan unas vírgenes bellas y jóvenes pese al sufrimiento que trasmiten con su gesto y la suplicante postura. La semejanza formal se hace aún más evidente entre la de los Desamparados de la Hermandad de San Esteban y la de las Amarguras de Sahagún. El conjunto sirve como un buen ejemplo de la estética típica de la escuela sevillana del momento, si bien, en la virgen facundina queda muy mitigada desde el momento que los ostentosos atuendos propios de las vírgenes andaluzas se sustituyen por un austero enlutado en blanco y negro, y el aparatoso trono con palio queda simplificado en unas sencillas andas, tal y como corresponde a un decoro más acorde con la Semana Santa de estilo castellano.
La imagen facundina está realizada en terracota y madera, una técnica que abarata y aligera la obra resultante debido al material, menos costoso, y el ahuecado de su interior, lo que es interesante dada su función procesional. Aunque, por otro lado, dificulta algunos aspectos del acabado como es el añadido de postizos, o permiten una menor movilidad a la figura, lo que obliga a que algunas partes, inevitablemente se tengan que realizar en madera. Se le considera una técnica menor, en comparación con la talla completa en madera. Por otro lado, cabe advertir que la tradición barrista en Sevilla tiene una continuidad secular, habiendo sido utilizada en todas las épocas.
La Virgen de las Amarguras de San Tirso fue encargada para la Cofradía de la Vera Cruz en los años treinta del siglo XX por don Licinio Mediavilla García, natural de Sahagún, pero que desde los años veinte residía en Sevilla, con cuya Semana Santa sin duda estaba muy comprometido. En 1926 cofunda la Hermandad de San Esteban, de la que sería primer presidente de la Junta organizadora, al tiempo que primer Hermano Mayor hasta 1928. Sus desvelos por la institución le sirvieron para ser nombrado mayordomo a título perpetuo. Sin duda no le faltan méritos, pues don Licinio resulta estar relacionado con obras tan relevantes como la adquisición de imágenes para poder ser procesionadas a cargo de la Hermandad, así es el caso del conocido como Paso del Señor comprado a la Hermandad de la Santa Expiación de Triana, aunque será el encargo de la figura de Nuestra Madre de los Desamparados, imagen titular de la cofradía que presidía, la que para nosotros sin duda sea la más relevante, pues sirve de argumento para explicar la filiación entre ésta obra y la Virgen de las Amarguras de Sahagún, estableciéndose un curioso pero estrecho vínculo entre liturgias tan distintas y lugares tan distantes, de lo que sin duda don Licinio es el principal responsable.
Podría haber sido mientras desempeñaba algún tipo de trabajo administrativo en el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla cuando el facundino tomó un primer contacto con el artista, pues al parecer Galiano, hombre de salud quebradiza, pasaría largas temporadas de convalecencia en dicha institución, con lo que es fácil imaginar las circunstancias que pudieron facilitar el encargo de las imágenes al escultor por parte del facundino.
Sin duda el arraigo a su tierra natal de don Licinio, Sahagún, donde la Semana Santa también disfruta de tanta devoción y tradición, le llevó a que, después de encargar la imagen para la Hermandad de San Esteban, Galiano fuera contratado para ejecutar la Virgen de las Amarguras para la cofradía de la Vera Cruz de su pueblo, en similares circunstancias en las que también se contrató el paso de Jesús Nazareno, conocido como Jesús el Pobre, aunque el encargo de la Virgen se considera una obra de patronazgo personal y por lo tanto más íntima. Ambas imágenes fueron trasladadas a la villa leonesa recién terminada la Guerra Civil, no antes de que fueran fotografiadas en el patio de la casa sevillana del mismo don Licinio, testimonio de su compromiso en el encargo de las obras.
Descripción (y restauraciones): El paso del Nazareno, conocido como Jesús el Pobre, pertenece a la cofradía de la Vera Cruz y se custodia en la iglesia de San Tirso, por ser este templo considerado sede de dicha hermandad.
Representa a Jesús con la cruz a cuestas camino del Monte Gólgota. Está ejecutado con la cara y los pies en terracota y los brazos en madera, esto posibilita la articulación de los brazos para poder ajustarlos a la postura de cargar con el madero. Va descalzo y viste túnica morada como es preceptivo del Jueves Santo, día en que sale por la tarde en la llamada Procesión del Encuentro, se adorna con ribetes y cíngulo dorados, todo ello sobre camisa blanca. La pierna izquierda se adelanta para compensar la postura del cuerpo. La cabeza ligeramente inclinada se remata con una enmaraña da corona de espinas a lo que en otro tiempo se sumaban las potencias originales, que hoy custodia la cofradía. El rostro es de dolor, con el ceño fruncido y la boca entreabierta, pero de elegantes rasgos.
La imagen fue encargada, junto con la imagen de la Virgen de las Amarguras, al imaginero sevillano Manuel Galiano Delgado, ambas para la cofradía de la Vera Cruz, no se sabe con certeza si en este caso del Cristo a expensas de la hermandad o como encargo personal de don Licinio Mediavilla, natural de Sahagún y residente en Sevilla, que parece en ese momento ejercía como comerciante de objetos religiosos, y quien sí se habría comprometido de forma personal con la obra de la Virgen. Las dos imágenes habrían llegado juntas a la villa sahagunense en los años posteriores a la del final de la Guerra Civil, aunque su ejecución sería de algún tiempo anterior, dado que la obra atribuida al artista se documenta a finales de los años veinte y la década de los treinta. Efectivamente, el estilo es muy similar al de otras obras realizadas por el mismo taller sevillano para la Hermandad de San Esteban de la que don Licinio Mediavilla habría sido cofundador a finales de la década de los veinte, quien sería por tanto el responsable de la presencia de esta imagen de clara ascendencia andaluza en la villa leonesa estableciendo un vínculo, con toda seguridad pretendido, entre la cofradía hispalense por él fundada y la de la Vera Cruz de su localidad natal. Al parecer, la llegada de ambas imágenes a su destino debió ser un tanto accidentada, pues por entonces acababa de ocurrir el derrumbe de la torre de San Tirso, donde la hermandad de la Vera Cruz residía y donde lógicamente tendrían que haber albergado la obra, lo que obligó a buscar otro lugar, que por un tiempo debió de ser, para disfrute de los vecinos, el escaparate de uno de los pujantes comercios sahagunenses.
La imagen de Jesús con la Cruz a cuestas o simplemente Jesús Nazareno re presenta a Cristo camino del Calvario y conlleva una carga simbólica a la vez que piadosa muy apropiada para las celebraciones procesionales y paralitúrgicas propias de la Semana Santa. Si bien, Jesús cargando con la cruz ya aparece en el arte paleocristiano, la representación del Nazareno con la pretensión de dejar patente el sufrimiento no se encuentra hasta el gótico para, desde entonces, continuar presente en los sucesivos periodos artísticos, intensificándose a partir de los dictámenes trentinos y culminando en el barroco, donde los principales maestros imagineros definen de forma definitiva la iconografía de esta imagen devocional.
La notoriedad que tomó la Semana Santa andaluza en época barroca justifica que de sus talleres salieran obras que constituirían un modelo a seguir, como los son Nuestro Padre Jesús de la Pasión atribuido a Juan Martínez Montañés o, aún con un tono más dramático, la de Jesús del Gran Poder, obra de Juan de Mesa y Velasco, dos ejemplos paradigmáticos que crearían escuela y se distancian de la producción de los talleres castellanos liderados por Gregorio Fernández con mayor preferencia por una estética más sobria y patética. Ambas tendencias, que ya hemos presentado como modelo para los innumerables encargos posteriores de escultura procesional, presentan evidentes diferencias tanto en lo estético y formal como en lo funcional, dando como resultado dos formas de manifestación paralitúrgica bien diferenciadas, la Semana Santa Andaluza de gran monumentalidad frente a la Semana Santa Castellana de solemne austeridad, y que se han venido manteniendo así a lo largo del tiempo.
La ejecución de esta imagen de Jesús camino del Gólgota sería coetánea a la de la Virgen de las Angustias, considerándose como un encargo de los años treinta del siglo pasado, y su llegada a Sahagún pudo haberse visto retrasada hasta el final de la Guerra.
La presencia en Sahagún de esta imagen, junto con la Virgen de las Amarguras, conecta plenamente con esa estética andaluza y dota a la Semana Santa de la villa leonesa de cierto carácter ecléctico, debido al contraste que presentan estas figuras con el resto de comitiva procesional que, por otro lado, entroncan plenamente con una estética más sobria como es la castellana.
La imagen ha sido cedida en distintas ocasiones a otras cofradías para ser procesionada en la Semana Santa de sus localidades, como así sucedió cuando participó con la Hermandad del santo Cristo del Despojo de Valladolid en 2006.
Descripción: Talla barroca de vestir o “de candelero” (también conocida como “de alcuza”, “devanadera” o “miriñaque”) adscrita a la advocación de la Soledad. Es anónima, realizada en torno al primer tercio del siglo XVII e integrada por tres partes principales: un bastidor o candelero, una cabeza tallada y policromada y dos brazos que contienen un mecanismo articulado a la altura de los codos. En esta última parte únicamente están trabajadas y policromadas las manos.
El bastidor o armazón es una labor tosca de carpintería compuesta por una base de sección irregular sobre la que se clavetean tablas que generan una forma troncocónica hasta la línea de la cintura de la Virgen. Allí se ancla una nueva pieza de madera, tallada bastamente, que hace las veces de busto. Sobre esta última se sitúan la cabeza y los brazos, que son las dos únicas partes en las que se lleva a cabo una labor artística, y aún mantiene dos armellas de hierro que formaban parte del sistema de articulación original.
La cabeza, de trabajo modesto pero correcto, se presenta recta, sin ligeras inclinaciones como sucede en otras imágenes de la misma advocación y está perforada a la altura de la sien y el cogote, tal vez para anclar algún tipo de tocado y/o corona. El rostro adquiere una forma ovalada alargada y está dotado de rasgos poco expresivos, pero que manifiestan cierta fragilidad y dolor contenido; siendo el resultado final un tanto alejado del dramatismo propio de estas tipologías marianas. La nariz es afilada y algo pronunciada, los arcos ciliares y pómulos bastante destacados, tiene surco nasolabial marcado, mentón desarrollado y la boca se presenta cerrada con el labio inferior de mayor grosor que el superior.
El resto de características faciales vienen determinadas por las policromías aplicadas. Aunque la cabeza está policromada completamente, incluyendo la parte correspondiente al pelo, los principales esfuerzos se centran en el propio rostro, donde se aplican, sobre una preparación de estuco, carnaciones a pulimento y una ligera capa de tono más rojizo para insinuar las mejillas. Las cejas y ojos, por su parte, están realizados con óleo aplicado a punta de pincel. Las primeras siguen las líneas de los arcos ciliares definidas por la talla, por lo que sólo insinúan una ligera curva que no favorece la expresividad de la Virgen. Los ojos, de color azabache y también realizados a punta de pincel, contienen numerosos repintes –especialmente en la línea del ojo y pestañas– que impiden valorar el trabajo primigenio; una situación que se repite en los labios, pintados en color carmín.
Junto con el rostro, las manos son la única parte de la Virgen que contiene un trabajo artístico. Ejecutadas con bastante corrección, ambas tienen idénticas características: se sitúan palma arriba con los dedos corazón y anular unidos, las uñas se definen y están policromadas con carnaciones mates. Estas manos están ensambladas a unos brazos de labor tosca en los que se ubica el mecanismo articulado con el que se lleva a cabo el acto de la Despedida, es decir, la Despedida de María a su Hijo, que tiene lugar en la plaza de San Tirso durante la procesión del Jueves Santo conocida como La Oración en el Huerto.
Este sistema de articulación se sitúa concretamente en los codos y sigue el modelo de “galleta”. Para ello los toscos antebrazos de la escultura rematan en una forma semicircular que se acopla, con ayuda de un pasador con rosca, al extremo inferior de los brazos, en los que se practica un rebaje a modo de horquilla o quijera. Para su movimiento, ambos brazos tienen dos perforaciones por las que pasan los cordeles que atan las manos de la Virgen a la altura de las muñecas. De este modo, durante la Despedida, los Hermanos mueven los cordeles desde la parte posterior de la imagen y los antebrazos se elevan hasta la altura de los hombros, quedando el mecanismo oculto bajo el hábito mariano.
En cuanto a este último, la Virgen de la Soledad está cubierta por una saya rematada con encajes, hábito, mandil, fajín y tocado blancos y un manto negro con bordados dorados, tal y como frecuentan las imágenes de esta advocación.
No obstante, esta indumentaria del siglo XX esconde un antiguo vestido de hilo con decoración de tramas reticulares y formas vegetales y arriñonadas realizadas con trama granate y urdimbre blanca y verde. Para completar los atributos marianos, la talla porta un pañuelo en su diestra y un rosario en su mano izquierda y está coronada por una diadema plateada de doce estrellas que alude simbólicamente, entre otras lecturas iconológicas, a la Iglesia que se cimenta sobre los doce apóstoles.
Esta indumentaria y complementos, que habitualmente eran fruto de las donaciones realizadas por los fieles piadosos –costumbre que se ha mantenido hasta hoy–, fueron clave para la que imagen mariana adquiriese un realismo más acorde con su uso en la dramatización del ciclo de la Pasión. No obstante, cabe advertir que, si bien es cierto que su actual indumentaria se ajusta a la del modelo iconográfico que desde el siglo XVI se convirtió en paradigma y arquetipo de las vírgenes de la Soledad (la talla de vestir que el escultor Gaspar Becerra realizó para la reina de Isabel de Valois y cuyo hábito blanco y manto negro reproducía el atuendo de las viudas reales de la casa de Austria), no sucede lo mismo con el resto de sus características.
La mencionada obra de Gaspar Becerra generalizó un prototipo a partir del Dieciséis en el que María se presenta arrodillada a los pies de una cruz que tiene el sudario sobre el patibulum, con las manos unidas y dedos entrecruzados sobre el pecho y en actitud de súplica y dolor, ya que esta advocación recoge el momento del retiro en soledad de María que aconteció entre el momento de la muerte de su Hijo y el de su Resurrección; pero la Soledad “pequeña” de Sahagún no contiene ninguna de estas características.
Teniendo en cuenta lo expuesto y que la propiedad de esta talla de vestir estaba en manos de la Cofradía de la Vera Cruz, creemos que originalmente pudo ser una Mater Dolorosa, Virgen Dolorosa o Nuestra Señora de las Amarguras –advocación de origen medieval de la que luego derivarían otras muchas como la de La Soledad–, cuyo mecanismo articulado estaba vinculado con la procesión del Vía Crucis organizada por dicha hermandad.
Esta antigua advocación se centraba en la presencia y papel protagonista que la Virgen María había tendido durante la Pasión de su Hijo, y, más concretamente, a lo largo del camino al Calvario; una temática que se popularizó a partir de los evangelios apócrifos, la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine y el teatro de los Misterios. De esta forma, la iconografía de la Dolorosa surgiría y se desarrollaría de manera paralela a la teatralización del Vía Crucis.
Este tipo de procesiones en que se dramatizaba el camino del Calvario es tuvieron originariamente vinculadas a las cofradías dedicadas a la Vera Cruz y los conventos franciscanos (ambos existentes en Sahagún), que desde la Edad Media organizaron las procesiones penitenciales del Jueves Santo por la noche en que se representaban las Estaciones. En ellas, además del uso de actores reales, se antojaron imprescindibles algunas esculturas articuladas, que gracias al uso de objetos y vestimentas adquirían un enorme verismo a ojos de los fieles.
Una de las imágenes más empleadas en este tipo de procesiones fue la de la Virgen de los Dolores o Virgen de las Amarguras, ya que con ella se escenificaba la IV Estación o cuarto Dolor, es decir, el momento en que “María se encuentra con su Jesús camino del Calvario”. Por lo general, durante esta dramatización, la Virgen se acercaba a Jesús llorando, abriendo las manos hacia el cielo y enjugándose las lágrimas con un pañuelo.
Teniendo en cuenta estos factores analizados, las características de las manos (palma arriba) y movimiento articulado de la Soledad “pequeña” de Sahagún, podemos aventurar que pudo tratarse, en origen, de una Dolorosa con la que se teatralizaba la IV Estación del Vía Crucis organizado por la cofradía de la Vera Cruz.